sábado, 20 de febrero de 2010

La fiebre.

Quien ha libado mucha miel y desnudado a muchas vírgenes. Quien ha olido muchos tálamos y ha huido de puntillas en cientos de amaneceres. Ha deshojado pétalos de violeta y ha sido atormentado por la insidia de un contoneo trémulo. Del choque entre libras de carne y golpes huecos de cabeceros desconchando paredes; recuerda ante todo el aroma del café.
En la limpieza del alba dos sábanas flotan y todo es blanco. Un claxon desde fuera desgaja la realidad en dos planos. Huele a café recién hecho.
Lucía se ha ahogado esta noche.
Lucía se ha tirado a las vías del tren esta noche.
En la madrugada alguien miró desde la puerta entornada y derramó una lágrima como quien deja escapar la vida en ella.
Y yo, que he libado mucha miel y desnudado a muchas vírgenes supe entrever -con los ojos de la nuca y el hielo de la noche- una lágrima estallar en el suelo. Una mirada desde el otro lado de la puerta. Una silueta que, al girarse, impulsó un golpe de melena como el cierre de un telón.
Puedo buscar la armadura lógica. Crear hipótesis. Imaginar por qué no estás aquí. Qué sentido tiene tu suicidio. Esperar la confirmación en una llamada de teléfono.
La limpieza del alba hoy es aséptica. Más allá del ventanal se afanan los tenderos y los transeúntes en llegar a algún lugar…
Noto muchísimo calor. Calor ardiente sobre mi frente silenciosa. Todo huele a sudor. Me enredo, me ahogo…

* * *

-¿Y de dónde venía esta terrible tristeza que derramaba botes de amoniaco por los pasillos?
-No lo sé mi vida, ven a tomarte el café -respondió Lucía- ¿Estás ya mejor?

-Infinitamente…

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