La habitación es blanca. La colcha y el montón de ropa sucia son del color de la bruma.
Pálida es la luz. Las paredes son blancas.
Mi alma alberga una conversación enferma.
Blanco es el papel. La mañana es blanca. La lluvia es blanca.
Una piel imaginada es blanca.
También los ojos de Homero.
El olor de la conciencia lavada con lejía es del color de las nubes malas.
Por fin se pudre. Empieza a salir el moho de mis ojos.
Ella está escondida debajo de la cama; cuidado pues con extender el brazo fuera de los límites del lecho.
El paladar irritado. Agazapado entre las sábanas. Hacinado en una esquina.
Ella está del otro lado de la puerta. Mirando.
No mires. No te clave la mirada.
El clima es tibio.
Ella está dentro del armario. Está allí, impregnando mis ropas. Yo noto su respiración entrecortada. Yo noto el olor de la bestia.
Mas acurrucado aún; me siento implosionar.
Se acerca. Sube encima de mi cama. Cabalga sobre mí.
Ella es blanca…Olvido lo que soy yo.
La luz del alba entra de soslayo, hipertrofiando cada defecto. Dejando al descubierto un corazón que palpita.
La luz ilumina dobleces. Ella está ahí. Quedan, oscuros, ciertos recovecos no iluminados.
La botella de ginebra sobre un tablón. Ella bebió de ella. Aún ha de tener el aroma de sus labios.
La almohada huele a carne cruda.
Ella estuvo danzando un tiempo en las orillas del sueño.
Si existió beberé de la botella. Descubriré aromas blancos.
Toda la belleza del mundo.
A contraluz se observa cómo las gotas de agua se queman al tocar el cristal de mi ventana…
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cada nuevo momento es una nueva razón más....
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