León Cadalso. El hombre que se sentía como un bote a la deriva, el albatros herido.
He pensado mucho en él desde que se suicidó y dejó aquí aquel hueco enorme y esa sensación amarga e incierta, aquella huella que solo dejan los seres únicos. Era su mirada perdida y abismal, su naturaleza imperturbable y tan sumamente frágil…era en definitiva, un hombre creado para ser paradoja, el ejemplo de hasta que punto lo sublime se puede hacer dañino y de cómo la mas excelsa sensibilidad puede convertirse en abominación.
A veces la sociedad maltrata a los seres mas egregios, la necedad del mundo, la infamia de este presente impío convierte en herida abierta a quien, sin duda, podría haber sido un genio, un poeta, una élite.
El se acabo aniquilando a si mismo…sucumbió a la vida, que le doblegó con su peso. Pero en el fondo, no fue el quien se quito la vida, sino todos nosotros, todos los que no supimos entenderle, todos los que no llegamos siquiera a rozar su espíritu.
Se preguntaba siempre por la existencia, por su sentido. Se decía que no era tan sagrada como la veíamos, se arrepentía cada minuto de su “error”…Sin embargo el no culpaba a nadie. Se sabía victima del mundo, se sabía superior, se sentía inútil y maltratado, enamorado, despojado, avasallado, solo.
León Cadalso quería habitar en otro mundo.
Mató por amor, por confusión, por locura…porque le volvimos loco. Pero no por maldad.
Y digo yo ¿acaso existe la maldad en el hombre?
Hay fallos: una mala educación, precariedad…El odio y la ira nunca vienen solos, el asesino nunca mata solo, siempre hay detrás una masa de hombres y mujeres decentes, que le llevan a cometer el crimen.
En cosas como estas me hizo pensar León: en la vida, en la muerte, en la sociedad mecánica que nos ha tocado, en el juego de engranajes en que vivimos…Me regaló en sus escasos momentos de conversación (que quizá coincidían con sus únicos momentos de paz y perdón, de alegría velada) los anteojos con los cuales el veía el mundo.
El día que entró a la celda lo hizo transido, casi transparente como un fantasma. No habló durante semanas, pero escribía, escribía mucho y pintaba. Observaba con ojos soñolientos y tristes. A veces, cuando le creía abandonado a su mismidad, sonreía. Eran los rasgos amables, los matices que dejaba escapar desde su alma de centauro, siempre vigilante de sí mismo, aterrado de todo, extraño y extrañado. Era un centinela insobornable de su propia alma.
En vida consiguió que gran parte de esta cárcel vieja y maloliente le admirara de un modo silencioso, muy propio entre los presos, entre los hombres que se avergüenzan de admirar lo sublime. Ya muerto sigue removiendo conciencias y plagando dudas. Aún nadie ha sido capaz de conocer aquella personalidad solitaria e idiosincrásica. Aún está de algún modo y su muerte nos parece tan injusta como atroz, y pensamos si acaso no debiera estar encerrada en prisión la humanidad entera, purgando sus culpas, aprendiendo a tratar a este don divino que es la vida del otro con respeto. Porque si el mató, el se arrepintió minuto tras minuto.
Su suicidio fue como la rubrica con la que firmó su teoría, un suceso que podía olerse si se leían sus diarios, si se le observaba a media noche. Era un hecho que gritaba su mirada, su gesto y hasta su sombra.
¿Cómo pudo despertar esta admiración un asesino?
Por su esencia, que no era la del asesino en absoluto, sino la del poeta abismado e irascible. La del hombre pasional, inteligente, la del fuego vivo que se escondía tras su apariencia raída de anacoreta.
León Cadalso llegó a su celda pesando 62 kilogramos. Medía un metro y ochenta y dos centímetros. Tenía el pelo muy corto y barba larga y oscura. Gafas de montura redonda y una arruga profunda en el entrecejo. Una marca de su espíritu por la que un forense cualquiera le hubiese tachado de obsesivo.
En el fondo lo era. Como todos los filósofos y todos los locos.
León Cadalso al que, lo diré por fin, llegué a considerar amigo mío (aunque dudo que él pensara lo mismo de mí) fue una personalidad, en definitiva, enigmática. Una tempestad.
Las páginas que siguen son su historia. No escrita por mí sino por el mismo. Y también fue el mismo quién quiso, en un último destello de filantropía, extremadamente raro en él, que sus memorias, sus reflexiones y su poesía se publicaran.
Yo me imagino que el hombre arrepentido quiso ganarse su pedazo de cielo y, me hago a la idea de que después de haber sido como fue, después de haber matado y menospreciado a sus seres mas queridos tuvo por bueno, aportar a todos los de su misma ralea una moraleja extraña que se entiende entre líneas.
El la conocía pero nunca tuvo el valor de cambiar su vida. El había elegido la soledad como destino y como bastión. Y escudriñando sus diarios veo, sin duda alguna, que en el fondo todo en el se movía hacia la necesidad de amor y sobre todo comprensión, hacia la búsqueda de al menos un igual, alguien con quien compartir parte de su profundo ser. No lo encontró nunca. Nunca expresó esto de forma explícita. Siempre que se dio a alguien resultó desencantado, se supo aislado y eligió la soledad, la soledad no vino a él sino que el la eligió y la argumentó en un último intento de justificarse a sí mismo como causa de su superioridad de espíritu y sensibilidad. Había surgido el poeta, como el diría en algún momento: Desde que se supo solo se supo poeta y una cosa y otra eran igualmente necesarias e importantes. Se retroalimentaban
Y tras haber leído sus escritos y tras ver en ellos gran parte de la explicación de su conducta, de su ensimismamiento y su tristeza, tras entenderle, no pude sino llevar a cabo su última voluntad y hacer lo posible para que estos papeles suyos fueran publicados.
Así pues donde quiera que esté, quizá en el infierno o en aquel cielo suyo en el que, intuyo, llegó a creer unos días antes de su muerte seguirá buscando la paz y el perdón. Y si por fin alguien, aunque solo sea una persona llega a sentir en última instancia que la vida puede tener sentido (ese que él nunca encontró pero que intuía) Entonces, seguro que él descansará en paz.
Porque él veía a dios en pequeñas cosas y se estremecía y por eso, porque podía sentir la belleza podía saber un sentido a la vida.
Dudo que con mis palabras llegue a encontrar nunca una manera adecuada de expresar el núcleo de su existencia. Solo diré que era una existencia que nació de una filosofía que León encontró a la fuerza y que no se puede explicar ni con conceptos ni con categorías. No era ésta una filosofía cuyas bases nacieran del intelecto sino del alma y por ello cualquier ensayo con el que pretendiéramos explicarla estaría condenado desde el principio al fracaso. Solo el poeta, el mismo León Cadalso, tiene las armas para expresar aquel vacío y aquel sinsentido con mas sentido del que imagináramos y sólo el poeta, podrá llegar a entenderlo en su plenitud.
Su vida y su crimen como consecuencia…su vida que justifica a su crimen…Ahí van los papeles de León Cadalso, la vida y el error del hombre que se sentía como un bote a la deriva…como el albatros herido.
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hola witgenstein :)
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